sábado, 8 de marzo de 2008

El valor del silencio

Otra entrada pendiente de febrero y, como el vecino está generoso, vamos a avanzar.

Es increíble la cantidad de veces en las cuales las frases propias pueden volverse contra uno. No quiero hablar de esas veces en las que decides mantener tu palabra, lo que al fin y al cabo es una forma de demostrar que no eres mentiroso, si no de esas veces en las que dices algo como un consejo, una lección de vida, un hecho que crees lógico... y poco después te dice alguien "Aplícate al cuento"
Todo esto viene como consecuencia de haber estado con una persona que me ha dado la impresión de hablar por hablar. Cada día las palabras se miden menos lo que las vacía de contenido, las vaniliza, destinadas a rellenar un hueco que esa persona consideró que debía rellenar con ruido. Sí, ruido, a molestar, a irritar al paciente oyente que tiene que soportarlas mientras calla su grito "Basta de estupideces" "No me llenes la vida de boberías", o simplemente mantiene un sabio silencio hasta llegado el momento del "pero no decías..." Porque esas conversaciones siempre acaban con esa frase. Hipocresía. Mentira. La palabra vacía se convierte en eso, simples falacias por omisión de sentido.

Hace tiempo que me prometí a mi mismo hablar menos y escuchar más por estas razones. Claro que si no hablas no generas empatías, no ligas, no te enteras, no creas amigos, no te actualizas y, por todo ello, ruego que aquellos que quieran hablar realmente conversen, y que no me llenen de RUIDO.

Poco después de escribir esto me saltó el ejemplo. Me encuentro con una chica por primera vez y me dice que no hay nada peor que los chicos que te hablan de su ex en la primera cita, así que espero que esa persona, cuando lea esto, se de cuenta de lo que luego hizo. También querría que la otra persona deje de decir...

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