Al principio bien. El calor residual de los vecinos mantenía una temperatura agradable todo el jueves. La solución estaba clara: me ducho en el gimnasio. Si, voy al gimnasio y digo yo que algún día hablaré del gimnasio porque tiene detalles que merece la pena comentar.
Llego al gimnasio y me veo un cartel que pone que lo sentían mucho pero que no hay agua caliente. Pues como igual me da ducharme con agua fría aquí que allá, al menos ese agua que no gasto de más en casa.
El viernes vino Ana. Solucionamos el problema llevándola a otra casa. A parte de las horas extras que tuve que hacer, cuando el sábado volví al gimnasio me encontré que todavía no habían reparado el agua, y sigue sin repararse.
El domingo menos mal que salió un poco el sol y en mi piso es muy agradecido. Entre eso y la cocina, voy tirando. A base de sopitas que estoy. Tengo ganas de poneros recetas pero estamos de reformas en Las Tapas de Mi Madre y espero que pronto tengamos el blog listo.

Hablaré muchas veces mal de Flandes y de los flamencos, porque están haciendo muchas cosas mal, pero tengo que defender a las personas mayores porque, por ahora, han sido muy gentiles siempre conmigo. Creo que hubo un relevo generacional, un eslabón perdido en alguna parte de los últimos años.