domingo, 14 de marzo de 2010

Últimas palabras

Ayer por la noche me quedé en casa. No había planes y ahorrar un poco no viene mal. A las 11 de la noche llamó la vecina a mi puerta. Con cara descompuesta, cansada, ojerosa, imploraban sus ojos tanto como sus palabras:
- "Mi marido"
No tuvo que decir más. Dejé la puerta abierta y la leche en el fuego. El hombre, a sus 76 años, escurría su cadera en el sillón mirando con amargura la nada. Calvo, más por la quimioterapia que por su predisposición genética, parecía el esqueleto blanco de un famélico subsahariano. No brillaban sus ojos porque la nada se había apoderado de ellos.
Su mujer pidió que le ayudara a ir a la cama. Le agarré por las axilas tratando de no levantarle excesivamente rápido no se fuera a quebrar en un vértigo extraño. Su debilidad residía no solo en su cuerpo si no en su alma porque él hubiera querido haberlo hecho solo. Se lo noté en los primeros tres pasos. El quería avanzar, irse de ahí, dejar ese hundido asiento en el que su impotencia le había encarcelado. Entonces me di cuenta de que el sillón no estaba en su sitio. Imaginé la desesperada mujer empujando el sillón hacia la habitación ante la imposibilidad de llevarle por ella misma.
Atravesamos el pasillo y, ya en la puerta de la habitación, no pudo seguir arrastando sus zapatillas de andar por casa. 4 metros le habían agotado. Le mantuve medio minuto y pareció querer seguir andando. Dos metros más y nueva parada a los pies de la cama. "¡Cómo puede estar tan mal!" me dije con un escalofrío recorriendo la columna.
Finalmente llegamos al borde de la cama. Se sentó. Le besé la mejilla porque así me salió de muy a dentro. No pudo ni levantar la barbilla del pecho, ni mirar. Su mujer preparó el lecho, le quitó las zapatillas y le cubrió con la manta. Ya me disponía a ir cuando, con sus úlimas fuerzas, mi vecino me cogió con fuerza la mano en señal de un agradecimiento que no podía expresar con palabras. Su mujer quedó en un extraño abrazo entre aquel hombre y yo, que duró un minuto al menos. Esas fueron sus últimas palabras metafóricamente hablando. Yo entendí su agradecimiento y el lo expresó con sus frías manos.
Al día siguiente, volviendo del gimnasio, vi el coche de la funeraria. No había mucho más que decir, sólo que llorar.

5 comentarios:

Josel3 dijo...

Descanse en Paz.

´´Saray´´ dijo...

¿Pero ésto te pasó o es un relato corto? es muy triste :( las parejas de ancianos siempre hacen que se me pongan los ojos llorosos; es tan duro cuando uno de ellos se va y deja viudo o viuda.

Correcaminos dijo...

Esto me pasó. Tal cual lo cuento.

La Petite en Belgique dijo...

Me acabas de dejar de piedra. Triste como la vida misma.

Lorena dijo...

No tiene que ser plato de buen gusto para nadie...