sábado, 11 de octubre de 2008

Concierto de Dubliners en Konijnk Elizabethhall

Sentado en el Balkon del auditorio situado en frente a la estación, tenía mi butaca para ver una leyenda del folk irlandés. Me presentaba casi virgen ya que reconozco mi limitado conocimiento del grupo. En mi cabeza no tenía más de 4 temas y me embargaba la curiosidad de saber si habría gastado sabiamente los 35€ de la entrada o hubiera sido mejor ir al concierto de homenaje e John Williams que este domingo forma parte del Festival de cine de Gante.

No pasaron 5 minutos de las 8:30 cuando salieron al escenario sin teloneros. El lugar tiene un ambiente muy sesentero pero la acústica, que es lo importante, pronto demostró ser la acertada. Los 5 componentes de The Dubliners empezaron de tirón con 3 canciones casi sin descanso. Era imposible mantener ese ritmo para unos hombres tan mayores y pronto se sentaron y empezaron a tocar canciones más lentas. El público un poco frío pero tampoco esperaba otra cosa de esta ciudad.

Hora y media más tarde, entre bromas y saludos a sus amigos flamencos, se lenvantan de las sillas tras un solo impresionante de banjo y anuncian un descanso. 20 minutos después volvían al escenario. Hasta las 11:40 tocaron entre otros, los temas que señalo a continuación:

Vinieron los bises tras 3 horas de concierto en los que The Dubliners no hicieron sentir casi el tiempo. Entonces empezaron los bises. El primero Whiskey in the jar, que presentaron "Y ahora, una canción de Metallica" siendo que ellos son los creadores de esta canción. Tras una retirada corta volvieron con el segundo bis: The wild rover. Esta canción recuerdo que la escuché en Irlanda pero está claro que no en todos los sitios por lo que me dijo Nerea.
Por último, la canción estrella que todo el mundo coreaba, la épica Molly Malone. La gente coreó y se metió sólo en estas 3 canciones. al final 3 horas y media. Cuando acabó no me lo podía creer. Merecen una nota muy alta.

Mi conclusión es que para la música irlandesa el mejor sitio es un bar, como en aquel inolvidable San Patricio en Dublín, pero cuando un grupo es grande como este y logra delante de un público frío arrancar palmas, cualquier sitio se puede convertir en bueno.

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