sábado, 12 de febrero de 2011

México, Texas

Desde hace un mes que leí este artículo quería transcribirlo para un par de personas nacidas en los lugares referidos en el mismo y que no escriben como yo escribo. Se me antoja menester, y dada la ley Sinde que no sé si me es aplicable, decir que si nos atenemos al prólogo del libro la obra tiene carácter divulgativo y no nació con ánimo de ganar un dinero que suponía ya pagado en cada uno de los artículos y me permito extender el espíritu de un autor ya fallecido lamentablemente.

México, Texas

Ayer -e importa poco cuándo fue ayer, porque es diario- oí a un locutor de televisión hablar de la frontera entre México y Texas, pronunciados ambos vocablos así, con ks. Más sorprendente aún: cantantes hispanos disfrazados de charros aparecen -¿aparecían?- en la pantalla con su mariachis entonando loores a "Meksico lindo". Es el fetichismo, la adoración de la letra, de que habló el gran lingüista venezolano Ángel Rosenblat.

Urge poner remedio a ese grave desaguisado fonético, propagado cada día por las ondas como grave testimonio de incultura nacional. México y Texas se pronuncian con j, queridos locutores, admirados cantantes. El error no es sólo nuestro: de esa tenaz x de México (que seducía a Valle-Inclán) y mexicano se han quejado en muchos países de Hispanoamérica. En 1936, ante el desorden, la Academia Argentina de Letras -lo cuenta Capdevila-pidió dictamen al ilustre Alfonso Reyes,
el cual, en breve nota, reiteró lo que ya la Academia conocía y todos debían saber. Los españoles conquistadores oían a los indígenas llamarse meshica (la sh equivale aquí próximamente a ese diagrama inglés, a la ch francesa, a la x, ix catalanas y a la x gallega). Era así también como sonaba la x en las voces patrimoniales castellanas del xvi (dixe, exe), y, por tanto, la transcripción México {= Méshico) se impuso.

Pero esa sh evolucionó pronto en todo el dominio castellano, Ultramar incluido, a j, y la letra x permaneció representando el nuevo sonido. Por donde México sonó enseguida Méjico. A la vez, entraban en el idioma numerosos cultismos (examen, éxito, existir), también con x, pero pronunciada a la latina, ks (o más relajadamente gs e incluso s, como ahora). De ese modo, x correspondía a fonemas distintos: j por un lado, y el grupo ks, con realizaciones variables, por otro. Tal posibilidad perturbó a los gramáticos, los cuales le dieron diversas soluciones, hasta llegar a la octava edición de la Ortografía académica (1815), que estableció la situación actual: j siempre que pronunciemos el sonido uvular; x, para las voces no patrimoniales, cultismos a los que no afectó el cambio de x a sh y a j (axila, nexo, laxo). Aunque se produjeron dobletes como anexo-anejo. Algunos cultismos, con todo, habían sido arrebatados por la confusión, y lujo, a pesar de su origen y de la
Academia, se pronunció y escribió así, y no luxo.

A complejo le sucedió otro tanto. Varias palabras que se habían pasado también a la j, como convejo, ortodojo, heterodojia, patrocinadas por Unamuno, regresaron al redil latino con alguna resistencia. «No hay forma -escribía en 1867 el ilustre colombiano Cuervo- de que los estudiantes pronuncien plexo en vez de plejo. »
Práxedes, nombre de una santa, se quedó allí como Prajedes o Prajedis; entre nosotros, se limitó extravagantemente a hacerse masculino y esdrújulo.

Todo esto sucedió también en Méjico, como dijimos: la j y la x se repartieron fonética y ortográficamente igual que aquí. Sólo se resistieron en la escritura el nombre de la nación, el del gentilicio y el de algunos topónimos, que se quedaron con su x en desacuerdo con la pronunciación. Y así siguen las cosas. ¿Por qué? «Por curioso accidente histórico, se ha creado en torno a la conservación de la grafía x (aunque siempre pronunciándola como j, en lo que todos están de acuerdo en mi país), un complejo de nacionalismo, que hace sentir a la opinión general que es más patriótico escribir México que Méjico, como si la conservación de la vieja ortografía robusteciera el sentimiento de la independencia nacional», escribía Reyes en el mencionado informe.

Sobre el sentido de ese «complejo de nacionalismo» es más preciso Rosenblat: «Parece que en Méjico se ha hecho de la x bandera de izquierdismo, y que, en cambio, la j es signo de espíritu conservador o arcaizante». Comenta lo rara que resulta esa encarnación de lo progresista en lo vetusto, y añade: «Que mis amigos izquierdistas de Méjico, cuya fe en el progreso social y en la habilitación de lo indígena comparto plenamente, me perdonen esta intromisión en un problema que les llega tan al alma. Pero la conservación de la x de México es un caso claro de fetichismo de la letra».

No hagamos de ello cuestión: ya Unamuno se encorajinó por todos con esa «equis intrusa» que tanto perturba en el territorio hispanohablante. Respetemos en los mejicanos su prurito ortográfico, tan selectivo que no alcanza a Jalapa, Juárez, Guanajuato y Guadalajara. Entre nosotros, parece manía aristocratizante de los Xiquena, Xavier, Ximénez o Mexía. «Podemos, por deferencia especial, escribir México -afirma Rosenblat- como quieren los mexicanos. Pero también podemos, sin faltarle al respeto a nadie, escribir tranquilamente Méjico, mejicano, para evitar la pronunciación falsa de ks, que está cundiendo aun entre mucha gente culta.»,La Academia, neutralísima, reconoció en 1959 ambas grafías.

Lo que importa es que nadie pronuncie Méksico ni meksicano, y, por las mismas razones, ni Teksas ni teksano. Por lo menos, que no se falle en esto. En otros vocablos, la cuestión resulta ardua y propicia al error. Hace pocos años, un diplomático y escritor nuestro asistió a una recepción oficial en que un ministro de aquella nación le preguntó amablemente por sus proyectos de viaje. «De aquí, quiero ir a Oaxaca», le contestó. Violenta indignación del ministro: siempre ajenos los españoles a las cosas de América. «¡Se pronuncia Guajaca!» (como, en efecto, escribían los viejos mapas, los antiguos historiadores y geógrafos). El diplomático dejó pasar el vendaval, y luego, como no queriendo la cosa, dejó caer al político mejicano: «Parece importante la próxima entrevista de los Presidentes Echevarría y Nijon».

Todo acabó como es preciso que, con x por medio o j, acaben las cosas entre españoles y mejicanos: con un noble apretón de manos.

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